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dijous, 25 de febrer del 2010

HABLAR EN PAREJA - La construcción del factor Gamma


We don’t see things as they are, we see them as we are” , es decir, que cada receptor descodifica un mismo texto según su forma de ser. Las personas somos más complicadas de lo que nos parece, pues la cita todavía podría ampliarse en el sentido de que cuando queremos explicar este texto descodificado, previamente debemos codificarlo, con la salvedad de que según a quien o cuando lo expliquemos lo haremos de manera distinta. De aquí que Cazacu (1961) en su estudio sobre contexto y co-texto defina como Contexto Implícito “todo lo que cada interlocutor conoce sobre el otro y sobre él mismo en la situación concreta” . Este concepto se complementa con el estudio de Deborah Schiffrin en el que distingue contextos cognitivos, contextos culturales y contextos sociales . Se puede afirmar sin margen de error que la suma de estos contextos conforman el individuo. Por otra parte leemos “Todos saben que cuando una relación se transforma en duradera, sus términos cambian. Pero las mujeres y los hombres por lo general difieren en cómo esperan que cambien. Muchas mujeres piensan Después de todo este tiempo, deberías saber lo que deseo sin que te lo diga. Muchos hombres esperan Después de todo este tiempo, deberíamos ser capaces de decirnos lo que deseamos . Estas citas ponen sobre la mesa el hecho de que la conversación está sujeta a un conjunto de elementos en la que los actores no necesariamente son conscientes de ellos. El presente trabajo pretende demostrar la dificultad de la relación hombre-mujer en base a los presupuestos establecidos en las líneas que anteceden, pues cada sexo descodifica de una manera distinta el citado Contexto Implícito debido a que en el curso de la vida cada individuo ha ido conformando unos contextos cognitivos, culturales y sociales distintos. Este texto intenta dar una dimensión más explícita al Contexto Implícito mediante el factor γ. Asimismo es la defensa del punto de vista que se desprende de la cita de Deborah Tannen.

Está en nuestro acerbo cultural decir que cada persona es un mundo, por lo que si el objeto de estudio es la pareja, tenemos dos mundos (α y β); sin embargo, de la misma manera, para referirnos a una familia, decimos que cada casa es un mundo, que vamos a llamar γ. A partir del momento en que una pareja se establece para convivir en un mismo lugar se inicia la construcción del factor γ. El primer elemento será la casa, luego los hijos, el coche, los viajes, y un largo etcétera sin ignorar el idiolecto de cada uno. Este factor γ se va formando con el paso del tiempo por la interacción de cada miembro. Cuando se trata de una pareja de largo recorrido, podría decirse que en el factor γ se ha incorporado un idiolecto propio de la pareja, que incluye frases hechas, ciertas formas de decir las cosas, referencias que suplen un comentario más largo, etc.; todo fruto de la complicidad y de la afinidad cuyo beneficio “radica en el placer sensual de la risa compartida”.

Al objeto de poner un poco de orden parece pertinente empezar por el principio, es decir, la diferencia que hay entre el hombre y la mujer, pues aunque no resulte bien visto entrar en generalizaciones no cabe duda que en muchos aspectos se dan diferencias significativas que se detectan en edad bien temprana. Evidentemente estamos en un terreno resbaladizo que puede ser interpretado como una sobrecarga ideológica cuando de lo que se trata es de buscar y exponer algunos de los aspectos que son la manifestación verbal de la diferencia entre el hombre y la mujer. Sólo si somos plenamente conscientes de la diferencia entre el hombre y la mujer, estaremos en condiciones de interpretar la base de las relaciones de pareja; sin embargo, cabe observar que esta diferencia se genera a muy temprana edad, en la que ya se manifiestan aspectos de los roles de cada género en la sociedad. Los juegos de los niños han sido y son muy distintos respecto a los de las niñas. Si se me permite personalizar, recuerdo que en mi infancia nuestro principal juego era la pelota, la primera característica es que éramos bastantes los participantes y había como mínimo un líder que disfrutaba además de un status superior por ser el dueño de una pelota de fútbol reglamentaria. Esto le daba derecho a ser el primero en seleccionar el equipo, luego tenía que salir otro capitán, con capacidad de liderazgo para formar el otro equipo. En este juego había ganadores y perdedores: competencia. Otra clase de liderazgo era el niño algo mayor que podía reunir a otros niños (pocos) para explicar aventis (historietas inventadas). Contrariamente, las niñas daban mucha importancia al hecho de tener la mejor amiga, buscaban la intimidad; en los juegos no había competencia, tanto si se trataba de saltar a la comba o como si se trataba de jugar al escondite o cantar en corro. Son juegos de equipo que no requieren liderazgo ni establecen competencia.

El sentido de competencia tiene un enorme peso en el hombre por tener éste muy arraigado el convencimiento de que en la sociedad impera la ley de la selva, por lo que la lucha por la independencia individual es constante. La sociolingüista Deborah Tannen, que motiva el presente trabajo, afirma que esta búsqueda de la independencia proviene de los pioneros americanos que construyeron la nación; me permito matizar esta afirmación porque las consecuencias que saca son las mismas que se dan en Europa. A tal efecto leemos “En verdad, la afirmación de que las relaciones sociales tales como la dominación y la subordinación se construyen en la interacción es una de las afirmaciones fundamentales y de las contribuciones más importantes del enfoque sociolingüístico interaccional al análisis de la conversación” . No obstante, esta construcción de la dominación y subordinación es anterior a la pareja, pues en una reunión en que hay hombres y mujeres, los hombres entienden que cuando ellos hablan los demás tienen que escuchar pues cada uno desea controlar la situación. No es así para las mujeres que hablan al mismo tiempo sin tener la sensación de ser interrumpidas, al contrario, de una manera inconsciente les gusta hablar coralmente. Efectivamente este rasgo de querer dominar la situación cuando son varios hombres y mujeres los que participan también se da en Europa por parte de los hombres. El hombre se siente molesto cuando es interrumpido, mientras que la mujer tiene una visión más coral, más participativa; ésta no busca el aplauso, sino la afinidad. El hombre se apoya en la lógica y por ello necesita realizar una intervención más extensa y razonada para exponer su punto de vista cuyo objetivo transcendental es salvar la situación económica del país o reducir el efecto invernadero del planeta; mientras que la mujer no tiende a realizar discursos importantes, no por falta de capacidad intelectual, como podría pretender el lector intrépido, sino más bien porque por su agudo sentido de la realidad sabe que estas especulaciones no llevan a ninguna parte y es más provechoso y de utilidad hablar con otra mujer sobre algún problema de la escuela de los hijos. Podría decirse que el discurso de la mujer es pragmático: pone los pies en el suelo. El hombre suele flotar en el espacio. Esto se debe a que el hombre pasa todos los mensajes por el tamiz de la lógica, la coherencia y la razón, como si de un contrato se tratara, para no dar lugar a equívocos, es decir, un nombre para cada cosa y cada cosa por su nombre; no se aceptan metamensajes. Una consecuencia del discurso del hombre entre parejas casadas es que en más de una ocasión la mujer dice a su marido “¡Esto no me lo habías dicho!” La explicación nos la da Deborah Tannen cuando nos hace la distinción entre habla privada y habla pública , Qué duda cabe que el hombre, por su visión “transcendente” , siente una preferencia por el habla pública, mientras que la mujer, que valora más la intimidad y la afectividad, prefiere la privada. No es casualidad que las religiones hayan sido siempre cosa de hombres, desde sus fundadores (Jesús, Mahoma, Buda, etc.) hasta los respectivos cleros, pues en las religiones se cumplen todos los presupuestos: transcendencia, competencia, jerarquía y liderazgo. (Si nos falta la agresividad, entonces pongamos la carrera militar, en la que se da honor, por añadidura). La mujer, cuando participa, queda al margen del mensaje religioso, ella sirve a Dios siendo útil a la Humanidad, por eso ve a Dios en los pucheros ; mientras que “El hombre es la norma, la mujer es quien se aparta de ella y hay solamente un paso muy corto, y quizá inevitable, entre distinto y peor” .

Todas estas asimetrías entre el hombre y la mujer se van incorporando en el por mí llamado factor γ; sin embargo, aparece un potente escollo casi insalvable en la comunicación de pareja: el metamensaje, mencionado en el párrafo anterior y que se debe abordar, pues la mujer lo tiene en su forma de hablar y, por lo tanto, está incorporado en el factor γ. El hombre no suele descodificarlo, por lo que se crean los malentendidos. Por otra parte, el lenguaje directo del hombre desconcierta a la mujer, porque suele tener un sentido acusador.

Deborah Tannen es demoledora en su crítica a las reglas de la conversación fijadas por el filósofo británico H.P. Grice, reconocido por sus contribuciones a la filosofía del lenguaje en el ámbito de la teoría del significado y de la comunicación. Dichas reglas son:
Diga todo lo necesario y nada más
Diga la verdad
Sea relevante
Sea claro

Frente a estas reglas Tannen dice:

Si lo que queremos decir revela participación, deseamos mitigarla para indicar que no estamos abusando. Si lo que queremos decir revela distancia, deseamos mitigarla con participación para indicar que no estamos rechazando. Si planteamos lo que deseamos o creemos, otros pueden estar en desacuerdo o no desear la misma cosa, por lo tanto nuestro planteamiento podría generar discordia. En consecuencia, preferimos tener una idea de lo que otros desean o piensan, o cómo se sienten sobre lo que deseamos o pensamos, antes de comprometernos −tal vez, incluso, antes de decidirnos− con lo que queremos decir.

Sin embargo, es evidente que dicha reglas responden claramente al patrón del hombre. El hombre es directo, por ejemplo, hoy he oído por la calle que un hombre de muy avanzada edad le decía a su esposa: “Com comencis a retreure coses, m’emprenyo!”. Aquí no hay margen de maniobra para ella. Mientras que ella, en otro contexto, desde luego, puede decirle a él: “Hoy has lavado los platos, ¡qué bien!”, es un metamensaje cuyo significado implícito es que él normalmente no lava los platos. Supongamos que hace unos meses una amiga de la mujer invitó la pareja a una fiesta y el marido dijo que estas fiestas no le gustaban, por lo que la pareja no fue a la fiesta; pero hoy un amigo del marido les ha invitado a una fiesta y el marido ha confirmado la asistencia de la pareja, entonces la mujer le dice “Pensaba que estas fiestas a tí no te gustaban”, aquí el metamensaje es claro. El metamensaje no necesariamente tiene una connotación negativa, de modo que “sabemos que es más placentero comunicarse de forma indirecta; sería aburrido decir sólo lo que queremos significar porque perderíamos el metamensaje de la afinidad” . A la mujer le gusta decir las cosas con rodeos, no quiere ser directa porque entiende que si el otro descodifica perfectamente sus circumloquios, significa que él la ama de verdad.

Es evidente que el factor γ existe, con este nombre o no necesita nombre, en cualquier caso existe una cultura compartida −y algo más− por la pareja, especialmente si nos referimos a una pareja que tiene décadas de convivencia. Bajo este presupuesto podríamos plantearnos la existencia de un factor γ ideal, que sabemos que no existe, pero este supuesto permite afirmar que el hombre descodifica perfectamente y siempre el metamensaje de la mujer y que la mujer no se siente incómoda cuando le llega un lenguaje demasiado directo porque inevitablemente es como lo seguirá haciendo el hombre, pues cada uno tiene su “génerolecto.”

BIBLIOGRAFIA
NIN Anaïs: Quotable Women, Philadelphia-London, Running Press, 1994
CASTELLÀ, Josep M.: De la frase al text, Barcelona, Empúries, 1992
TANNEN Deborah: ¡Yo no quise decir eso! Cómo la manera de hablar facilita o dificulta nuestra relación con los demás, Barcelona, Paidós, 1991
TANNEN Deborah: Tú no me entiendes – Por qué es tan difícil el diálogo hombre-mujer, Barcelona, Javier Vergara, 1991
TANNEN Deborah: Género y discurso, Barcelona, Paidós, 1996

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